miércoles, 13 de mayo de 2009

Ignorando lo nuestro

Todos los domingos por la mañana paso junto al Museo del Prado. La imagen es siempre la misma. Interminables filas de personas que nacen desde las puertas del museo y serpentean la silueta de este antiguo edificio a la espera de poder entrar. Lo más curioso, la nacionalidad de los valientes que aguantan más de una hora de cola para acceder al museo, haga frío, calor, llueva o los rayos del sol quemen su piel. La mayoría son extranjeros, casi ningún español.

El último viaje internacional que he hecho fue este verano. Pasé cinco días en Roma. Durante mi estancia en la capital italiana realicé todas las “visitas indispensables” que sugería mi guía de viaje, entre ellas, la entrada a los Museos Vaticanos. Como buena turista que soy, me levanté bien temprano mi segundo día en Roma para visitar estos museos. Cuando llegué a mi destino, pensé que me tendría que haber levantado al menos una hora antes, ya que abrí los ojos a las ocho de la mañana, llegué a los museos a las 9.30 y ya había una fila interminable de turistas a la espera de entrar, igual que en el Museo del Prado.

Tuve que esperar más de una hora para acceder a los museos, pero fue de lo más amena. Delante y detrás de mí esperaban dos parejas españolas. “¡Qué casualidad!”, pensé. El aburrimiento de la espera nos forzó a entablar una conversación. Los que estaban por delante de mí eran gallegos, pero habían visitado Madrid tres veces y los de detrás eran madrileños, como yo, “¡qué casualidad!”, pensé de nuevo.

Mantuvimos una conversación muy animada sobre las obras que albergan los Museos Vaticanos. Miguel Ángel, Rafael y Leonardo da Vinci fueron los protagonistas de nuestros comentarios. Justo antes de entrar, se me ocurrió comparar los Museos Vaticanos con el Museo del Prado y cual fue mi sorpresa cuando mis compatriotas no pudieron seguir el nuevo camino que había tomado la conversación porque me dijeron que jamás habían entrado en el Museo del Prado y que no podían opinar al respecto.

“¡No podía dar crédito!”, resulta que las dos parejas habían madrugado, igual que yo, para entrar en los museos, pero nunca habían visitado uno de los museos más importantes de nuestro país. Mi desilusión fue a más cuando les pregunté que si tampoco habían entrado en los Museos Reina Sofía y Thyssen- Bornemisza. Recibí un “no” por respuesta, pero con orgullo me dijeron que sí que habían estado en el National Gallery y en el Louvre.

Mi último pensamiento antes de entrar en los museos vaticanos fue: “qué pena, estas dos parejas invierten tiempo en conocer el arte de otros países, pero viven o han visitado varias veces Madrid e ignoran el arte que les ofrece esta ciudad. Con lo gratificante que es perderse por los recovecos del triángulo madrileño del arte…”.

Ahora me pregunto: “¿los extranjeros que veo cada mañana de domingo conocerán los museos de sus países?...quizá les pase como a los españoles que conocí en Roma… ¡de rarezas está lleno el mundo!”.

ARTES ENFRENTADAS: CINE Y LITERATURA

En los últimos años, hemos sido testigos de cómo el séptimo arte ha encontrado su inspiración perdida en el mundo de la literatura. Parece que la industria cinematográfica ya no cree en los productos creativos y apuesta por los éxitos seguros: las adaptaciones cinematográficas de los mejores Best Seller.

El señor de los anillos, Harry Potter, El código Da Vinci, Ángeles y demonios... La lista es infinita y continúa aumentando. Todas estas películas se han convertido en grandes éxitos cinematográficos. Sin embargo, yo me pregunto ¿realmente ambos productos tienen el mismo valor creativo ? Sin lugar a dudas, el esfuerzo que supone una nueva creación lo ha hecho el escritor y, por tanto, el mundo cinematográfico se rinde ante el literario.

En muchas ocasiones, cuando un espectador que se ha leído la versión literaria sale del cine acaba diciendo: "Esta mejor el libro". Es entonces cuando nos paramos a reflexionar y nos damos cuenta que la literatura y el cine son dos expresiones artísticas diferentes que siguen normas distintas y por tanto no son comparables. Pero la creatividad artística si se puede comparar.

Si atendemos a este criterio, indudablemente, diremos que la literatura ha ganado la batalla al cine. El mundo literario está lleno de originalidad e innovación, sin embargo, el cine está plagado de copias y adaptaciones.

Por tanto, ¿cuál es el problema que tiene la industria cinematográfica? ¿Acaso es más fácil crear obras literarias originales que películas creativas? En mi opinión, el problema del cine es que le cuesta más dinero la creatividad y no se quiere arriesgar a un fracaso en taquilla. Así pues, solamente se conforma con llevar a la gran pantalla historias que ya han sido aclamadas por el público en su versión literaria.

Si la industria cinematográfica continúa con esta tendencia, el valor del séptimo arte seguirá disminuyendo, favoreciendo el auge de otras expresiones artísticas como la literatura. Al final, el público se aburrirá y se conformará con los libros, que aunque algunos son más caros que una entrada de cine, entretienen durante más tiempo y al menos nos sorprenden.